jueves, 10 de noviembre de 2011

Raudales de Yurupari, destino turístico en Vaupés

Ubicado a siete horas en lancha, arriba de mitú. “Soberbio escalón rocoso de cinco a seis metros de altura que rompe totalmente la corriente del río de orilla a orilla... la pesca es abundante pues los peces que remontan el río son detenidos por el escalón aunque algunos logran pasar y el espectáculo que ofrece al realizar esta hazaña es memorable”.

Posee una gran variedad de figuras grabadas en las piedras que tienen significados especiales sobre los indígenas que allí surgieron cuando se transformaron de pescados a humanos.

Hay una serie de laberintos creados por los diferentes grupos que en algún momento se asentaron en la zona; como por ejemplo el laberinto subterráneo de Las Cachiveras, donde se encuentran oro y diamantes, que según las creencias propias del indígena no deben ser extraídos, aunque muchos extranjeros se han aprovechado de la inocencia de los indígenas y hayan realizado algunas extracciones.

Este raudal es muy rico en pesca y en diferentes épocas hay abundancia de peces, como la subienda de sardinas, balentón, bagres, guaracú, pacu y cuyucuyu, entre otros.



La fiesta de Yuruparí se celebra una vez al año. Las mujeres no pueden ir. Y pocos blancos han tenido la fortuna de hacerlo. Pero primero se pasa por Mitú, luego por el Vaupés hasta Yavaraté, Mandí, Circasia… Expedición.

Un día el Sol tuvo amores con su hija en la profundidad de la selva. Pero hubo un testigo, el insecto "ruegadiós", que luego se convirtió en hombre y con su flauta comenzó a pregonar por la selva el incesto del astro rey. Una vez al año se celebra la fiesta del Yuruparí que recuerda este amor prohibido. Las mujeres no pueden asistir, y si alguna lo hace una maldición recaerá sobre ella.

 
Los blancos que han tenido la fortuna de estar presentes recuerdan, con la piel erizada, el l
úgubre sonido de la flauta, como si proviniera de un tétrico más allá y resumiera todo el dolor irredento de la selva. El mismo río Vaupés se unió a la tragedia del sol y se quebró en un escalón de cinco metros de altura que lo corta en toda su anchura: es el raudal de Yuruparí o del Diablo.

Había que visitarlo. Era, pues, un viaje, una peregrinación hacia el misterio. Quizás en él, en el misterio, resida mi amor por las montañas y la selva. Años ha, unos espiritistas de Colombia me dijeron, luego de una extraña sesión, que soy la reencarnación de un monje solitario que vivió en los bosques de la India en el siglo VIII (después de Cristo; no puede ser antes, no vengo desde tan lejos). Recibí su declaración con sonrisa compasiva. Así marcharon las cosas hasta que en un "lamasterio" de Nepal, a la vista de los Himalayas, los lamas, luego de ver caminar dulcemente a un escorpión por mi mano y, tras prolongada meditación, me dijeron que soy la reencarnación de un monje solitario que vivió en los bosques de la India en el siglo VIII. Me dejaron preocupado y sigo estándolo.

El avión aterriza casi en las propias calles de Mitú. Milcíades Borrero nos había invitado al Vaupés y nosotros teníamos la mira puesta en Yuruparí. La capital de la ex comisaría es la más bella ciudad de la selva. La arquitectura de sus casas de madera, y la única normal indígena de Colombia, es de impecable factura. Vaupés posee el mayor porcentaje de población indígena del país. Mitú es una sorpresa en la selva. La mejor infraestructura sanitaria, hasta ahora, de los Territorios Nacionales la posee Vaupés; el médico Álvaro Gallego Marulanda, quien está al frente de ella, nos colaboraría en el viaje; también Alcibiades Calvo, primer gobernador del nuevo departamento.

Y nos sumergimos en la magia del río. Desde Mitú hasta Yavaraté, donde el Vaupés tuerce a la izquierda para adentrarse en el Brasil, con la mira puesta en el lejano Amazonas, el río se quiebra en cuarenta raudales. Es la mayor cantidad de cachiveras en la selva. La navegación es tediosa para los nativos y colonos; para los viajeros y expedicionarios es una experiencia inolvidable y única. En Yavaraté, Clemente Silva, "el brújulo" de la Vorágine, "enterró el cadáver de su querido hijo Lucianlto". Pero nosotros no vamos aguas abajo, sino hacia arriba. Henry Galán es nuestro motorista al frente, en realidad atrás, de un motor de 55 caballos. En proa viajo yo. No hablo, no hablamos casi. Hemos aprendido a no oír el ruido del motor, y los sentidos sirven ahora al paisaje y a las realidades interiores que la selva desempolva y revuelve.

Remontamos, sin descender de la lancha, los raudales de Mirití y Yuruparí - Mirí. Pero el de Yacayacá estaba furioso y debi­mos salir a tierra, mientras el motorista solo en su lancha saltaba con ella sobre las olas. "Es por precaución con los señores", nos dijo. En Mandí es forzoso bajar, mientras Henry sortea los escollos. El pueblo es hermoso la maloca, la iglesia, las casas parecen de pesebre, bien pintadas. Continuamos. En algunas partes se nota la despiadada destrucción de la selva en las márgenes. ¿Que si queremos visitar el Caño Circasia? Para nosotros, los nacidos en el Quindío, la palabra Circasia nos es familiar: bello municipio a 15 kilómetros de Armenia, donde correteamos fincas en nuestra niñez. Pero no, es Circasia en el Vaupés.

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